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Malvinas: el día que Brasil interceptó un avión británico, lo desarmó y lo devolvió a Inglaterra

En Río de Janeiro se refieren en broma al episodio como “la manera más brasileña de salvar a Argentina de la bomba nuclear: robar armas”. Tiempo habló con el militar a cargo del operativo.



El cielo estaba así, igual que ahora: un manto limpio, despejado. Los aviones definían una trayectoria casi perfecta en su descenso al Aeropuerto Internacional de la ciudad de Río de Janeiro. Aunque tal vez no era igual. Quizá, desde aquel 1982 hasta ahora puede haber cambiado la tecnología y eficacia del vuelo, o el diseño de las alas. Algo es seguro, el espacio aéreo estaba atravesado por una turbulencia bélica. A dos mil kilómetros al sur de Río, ingleses y argentinos se disputaban las Islas Malvinas.

“Nos sentíamos espectadores privilegiados de la guerra”, dice a Tiempo Raúl José Ferreira Dias, por entonces brigadier mayor de las fuerzas aéreas brasileñas. Hay un mito sobre Malvinas que se convirtió en parte de la memoria colectiva carioca: el 3 de junio de ese año, pocos días antes de la rendición argentina, el Bombardero Avro Vulcan, de la fuerza británica, irrumpió por error en el espacio aéreo brasileño. Diseñado en sus orígenes para lanzar bombas nucleares en territorios soviéticos, el Avro Vulcan era una constatación material del poder destructivo de los ingleses en las Islas Malvinas. La Fuerza Aérea brasileña detectó su presencia y, tras algunos intercambios diplomáticos con las dos partes del conflicto bélico, decidieron devolverlo desarmado a Inglaterra. “La manera más brasileña de salvar a Argentina de la bomba nuclear: robar armas”, dicen, entre risas, los cariocas. Casi todo en esta historia es verdad, salvo algunos detalles. Para los años 80, el Avro Vulcan ya no cargaba bombas nucleares. Esta aeronave fue elegida para la operación Black Buck, cuyo objetivo principal era atacar los radares enemigos en las Islas Malvinas. Estos ataques buscaban desmantelar las capacidades de defensa aérea de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), reduciendo la posibilidad de que los aviones británicos fueran detectados y ampliando su margen de maniobra. Además del objetivo militar, la operación tenía una fuerte carga simbólica y fue una estrategia de disuasión para acelerar la rendición argentina. En esa línea, días antes de los bombardeos, Margaret Thatcher autorizó a la prensa la difusión de imágenes de las aeronaves bélicas.

De esa operación volvía la mañana del 3 de junio de 1982 el Vulcan XM97, a cargo del oficial Neil McDougall, cuando la Fuerza Aérea Brasileña lo interceptó. Después de bombardear radares argentinos, el sofisticado sistema de reabastecimiento que había ideado Gran Bretaña falló y esta unidad fue la única que se quedó sin combustible. Necesitaba aterrizar con urgencia: le alcanzaba apenas para llegar hasta Río de Janeiro. Sin embargo, su presencia resultaba inquietante para el espacio aéreo de Brasil, que se había declarado neutral. Para colmo, seguía cargando dos misiles.

El mayor brigadier Dias, a cargo del operativo, cuenta a este medio que la Fuerza Aérea de Brasilia detectó el Vulcan y solicitó a los pilotos que se identificaran. Del otro lado, los ingleses respondían que se trataba “apenas de un jet de cuatro motores”. El acento británico era inconfundible. “En 1982, vivíamos la Guerra de las Malvinas minuto a minuto. Era normal. Constantemente recibíamos información, tanto de la prensa como del ámbito militar. Seguíamos de cerca los movimientos argentinos e ingleses”, explica Dias. No fue difícil darse cuenta de que eran aviones militares.

Dias tenía 27 años cuando interceptó el Vulcan, era parte de la nueva generación del Primer Grupo de Aviación de Caza, una unidad histórica de Brasil, y convivía con oficiales veteranos que habían participado en la Segunda Guerra Mundial en Italia. La rutina de entrenamiento era estricta, pero hasta ese momento, nunca había recibido la señal de alerta. “Esto tenía una dimensión real”, dice.

Brasil comenzó a ser el epicentro de una disputa, en principio, diplomática. Desde Argentina, las Fuerzas Armadas pedían que el bombardero permaneciera retenido hasta el final de la guerra, mientras que los británicos solicitaban la liberación inmediata del Avro Vulcan. El gobierno brasileño negoció con las partes y, efectivamente, el acuerdo final fue que el bombardero fuera desarmado antes de ser devuelto a Inglaterra. El mayor brigadier asegura que, un tiempo después, restituyeron los misiles a Gran Bretaña. Elude un juicio sobre el conflicto bélico. Se define a sí mismo como “un hombre de guerra”. Su mirada adusta y marcial acompaña esta definición.

La visión brasileña sobre la Guerra de Malvinas devuelve, como un bumerang, la experiencia propia. ¿Cuántos relatos y cuántos mitos hay en Argentina sobre la guerra? ¿Cuántas historias seguimos construyendo sobre Malvinas? ¿Cuántas bombas nucleares esperan para estallar?

Neutralidad imperfecta

Ni bien se desató la guerra, João Figueiredo, el quinto presidente de la última dictadura brasileña, adoptó una postura neutral. Sin embargo, por fuera de las formalidades diplomáticas, Brasil tomó medidas económicas y militares en apoyo a Argentina: otorgó líneas de crédito especiales para empresas argentinas y orientó a las transportadoras brasileñas a exportar productos argentinos como propios para eludir el boicot comercial y financiero impuesto por los aliados del Reino Unido. En el plano militar, además de ceder aviones, colaboró con negociaciones, adquisiciones de armas y otros equipos militares comprados clandestinamente por los argentinos. Algunos historiadores, como Muniz Bandeira, afirman que la “neutralidad imperfecta” de la dictadura brasileña buscaba evitar que Argentina sufriera una derrota humillante que favoreciera a las izquierdas locales y situara a uno de sus principales socios regionales en la órbita de la URSS. «

TIEMPO ARGENTINO

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