Veinte y veinticinco. Durante años, las radios del país repitieron ese horario como un rezo laico. A esa hora, un 26 de julio frío y desolador, Evita se hizo eterna. La Jefa Espiritual de la Nación moría y, con ella, se iban también las flores de un país herido.
En Evita. Jirones de su vida, Felipe Pigna repasa su historia: la niña, la actriz, la líder política, la leyenda. Después de su muerte, Evita fue emblema de amor para muchos y objeto de odio para otros. Pero algo fue claro desde el 27 de julio en adelante: la orfandad cubrió los corazones de los más pobres. Perón, sin ella, ya no era el mismo. Y el movimiento obrero, sin su interlocutora directa, entró en una espiral de internas y desventura.
¿Eva más peronista que Perón?
Sí. Lo fue. Perón era la cabeza; Evita, el corazón.
Eva fue peronista antes de Perón, por origen, por historia, por dolor. Vivió y militó con una intensidad que rozó lo místico. Encarnó como nadie los ideales del justicialismo. No negoció lo que sentía. Murió a los 33 años, la edad de Cristo. Su figura, su entrega, su pasión, todavía hoy marcan el pulso del peronismo verdadero.
Si Evita viviera…
Hasta Perón lo sabía. En 1970 dijo: “Si Eva hubiera estado viva el 16 de junio de 1955, quizás hubiera exigido el fusilamiento de los rebeldes… Ella era así: peronista, fanática, sectaria”.
“Si Evita viviera” es una oración que resuena, sobre todo cuando se ve en qué se ha convertido parte del peronismo. Para algunos dirigentes, una franquicia electoral, un sello intercambiable según el contexto. Para la militancia, sigue siendo causa, historia, emoción.
Hoy, el peronismo no significa lo mismo para quien revuelve una olla en un comedor o da clases en un barrio, que para quien baja de una 4×4 con saco y corbata. Entre esos extremos también están los que se refugian en la militancia digital, huérfanos de conducción y cargados de dudas.
¿Quién capitaliza el desencanto?
Una encuesta de Pulso Research muestra que solo el 49% de los argentinos identifica a algún líder de la oposición. Zubán Córdoba señala que Javier Milei tiene un 57,5% de imagen negativa. Pero aún no sabemos quién capitaliza esa crisis de representación.
Lo que sí sabemos es que hay un duelo en curso. No físico, como aquel de 1952, pero sí político, identitario, simbólico. Lo que alguna vez fue un proyecto colectivo hoy se disuelve entre internas, marketing, y nombres de fantasía con la palabra “Patria”, pero sin épica.
Y lo peor: la dificultad de algunos dirigentes para asumirse peronistas sin pedir disculpas. Tal vez porque no quieren perder simpatías. Tal vez porque ya no sienten lo que dicen.
La responsabilidad no es solo de los que vuelven al barrio cada cuatro años. También es de quienes, con tal de no “hacerle el juego al antiperonismo”, aceptan callados cualquier cosa. Aunque sepan que eso no es peronismo.
El pan y la memoria
El peronismo no necesita más sellos, ni más reuniones de cúpula. Necesita quienes sean capaces de multiplicar los panes para calmar el hambre de los corazones.
Porque, al final, muere quien se olvida. Pero renace quien es recordado por convicción, no por conveniencia.