La caída del poder adquisitivo y el aumento de los gastos profundizaron el deterioro de la clase media argentina. Según un informe del centro de estudios Pensar Lab, cuatro de cada diez argentinos (41%) consideran que viven peor que sus padres, mientras que apenas un 27% cree que su situación es igual y otro 27% que es mejor.
La percepción de retroceso es generalizada: el 55% afirma que la clase media se está achicando, mientras que sólo dos de cada diez opinan que se mantiene estable o que crece.
El estudio también muestra que dos de cada tres argentinos se ubican en el último peldaño de la clase media o ya sienten haber caído de ella. En detalle, el 34% se considera parte de la clase media baja y otro 34% de la clase baja alta.
A pesar de los recortes, hay ciertos consumos que se resisten a abandonar: la medicina prepaga aparece como lo último que los encuestados estarían dispuestos a resignar (28%).
Para Pensar Lab, la identidad de clase media actúa como una especie de “seguro emocional”: permite proyectarse hacia el futuro y sostener una sensación mínima de estabilidad.
“Lo que la clase media compra, envuelta en disfraces, con objetos, servicios o marcas, es, en el fondo, una sola cosa: seguridad”, afirma el informe.
El trabajo también señala que la clase media es “demandante, crítica y poco paciente”. Busca “vivir bien” o tener una “calidad de vida razonable”, y premia con su apoyo a quienes percibe que la entienden y le resuelven problemas.
Cuando esa ecuación entre “lo que quiere y lo que puede” se desbalancea demasiado, aparece el malestar.