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Generación Ni Ni: 3 de cada 10 jóvenes argentinos no estudian ni trabajan

El 30% de los jóvenes argentinos entre 18 y 24 años ni estudia ni trabaja, una cifra que se mantiene prácticamente inalterable desde hace más de una década, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina.



En barrios vulnerables del conurbano bonaerense, como Moreno, los centros barriales funcionan como únicos puntos de acceso a internet para cargar un currículum, completar formularios o buscar cursos gratuitos. Allí, historias como la de Joaquín, de 19 años, reflejan la realidad de casi dos millones de jóvenes: alterna trabajos temporales con intentos por retomar la educación, pero nunca logra consolidar un camino estable.

Un problema que empieza temprano

La debilidad educativa arranca antes de los 18: solo uno de cada diez estudiantes termina la secundaria a tiempo con aprendizajes adecuados. En hogares de bajos ingresos, la falta de recursos y la conectividad intermitente dificultan tanto la escuela como la búsqueda de empleo. Además, las jóvenes enfrentan una carga extra: el 67% de quienes no estudian ni trabajan realiza tareas domésticas o de cuidado no remunerado, concentradas en un 95% en mujeres, lo que amplía la brecha de género en la participación laboral juvenil.

Trayectorias frágiles y desigualdad territorial

Los especialistas coinciden: se trata de un fenómeno estructural, no de falta de voluntad. La combinación de trayectorias educativas interrumpidas, déficit de habilidades laborales y desigualdades territoriales profundiza la exclusión. En regiones como el NOA y el NEA, la baja productividad limita la oferta de empleo formal, mientras que la informalidad y los trabajos precarios comienzan desde edades tempranas.

Impacto social y económico

Cada año adicional sin formación o empleo reduce el ingreso futuro entre un 8% y 12%, según la OIT. La transición prolongada entre escuela y trabajo consolida mercados laborales más desiguales, mientras la pobreza multidimensional se transmite de generación en generación. Además, la desinserción juvenil genera efectos emocionales y sociales: aislamiento, pérdida de motivación y vínculos fragmentados.

Qué se puede hacer

Expertos destacan la necesidad de políticas integrales:

Formación flexible y vinculada a sectores productivos: pasantías, contratos de aprendizaje y capacitación modular.

Espacios puente y acompañamiento: actividades recreativas, culturales y tecnológicas que reconstruyan hábitos y capacidades previas.

Becas y transferencias de ingresos: incentivos para sostener trayectorias educativas y laborales.

Enfoque de género y cuidado: facilitar que las jóvenes puedan combinar estudio, trabajo y responsabilidades familiares.

Programas como el Federal de Habilidades y Competencias 2030 buscan articular municipios, instituciones y empresas para ofrecer capacitación en habilidades digitales, inteligencia artificial y competencias transversales. La evidencia internacional muestra que los países con mejores tasas de inserción juvenil combinan educación técnica, tutorías, certificaciones y prácticas laborales reconocidas.

En el centro barrial de Moreno, como en toda Argentina, los jóvenes intentan retomar cursos varias veces antes de completarlos. No es desinterés: es la realidad de un sistema educativo y laboral que aún no logra adaptarse a sus necesidades. La fragilidad de estas trayectorias no es individual, sino estructural.

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